sábado, 25 de agosto de 2012

Luchemos contra el cáncer.

Mi principito y yo nos subíamos a las ramas de aquel árbol. Teníamos las rodillas magulladas y el alma imbatible. Alcanzábamos la copa más alta como si fuéramos héroes medievales y luchábamos a punta de fecha y espada roma. Bajábamos los acantilados como fierecillas en guerra, despojados de maldad y con ansias de más vida. Recorríamos las colinas a golpe de viento, nuestras piernas eran cometas danzando en la hierba. Nuestra fe nos decía que podíamos con todo. Nuestra dicha aplacaba el más cobarde de los miedos.

Mi principito agarraba el cielo con las manos, se revolcaba con el sol y las nubes...y yo le seguía a todas partes porque sentía que mi vida siempre iba con él.

Mi principito un día enfermó, haciendo de la cama su mejor hogar. Eso mejor que abandonarse a la suerte de los tristes valientes. Su carita ya no era la misma, las ojeras se la comían como un día largo sin pan. Su cabeza enmudeció su rubio y arrastró consigo las mil batallas del bosque. Los semblantes abrumados por las fuerzas de orden mayor y la pena enmascaradas en falsas sonrisas rodeaban aquella casa. Mi principito se moría.

Pero yo quise darle todo, mis fuerzas, mi vida, mi amor...para que volviera a saltar esos muros que franquean los ánimos y los dejan del otro lado, para que renaciera en el lecho en el que se había postrado y que yo creía que era una cárcel para sus alas y sus ganas de volar.

Pensaba que servía todo, deseaba que sirviera. Y con ello no dejaba de contarle las cosas que ya no hacía y que inventaba en un momento de dulzura y rabía amalgamadas, suspirando a escondidas los troncos de la alameda que ya no conquistábamos, por quererlo y cuidarlo. Por ser parte de su mundo de llanto y hacerlo más llevadero, más superfluo y llenar de pájaros un espíritu rendido ante el cáncer, lleno de paz y quietud a la vez. Mi principito era tan valiente y orgulloso, que no le temía a nada. Y yo me moría de miedo. Por perderlo, por olvidarlo, por sentirme vacía en un mundo lleno de gente.

Mi principito no está hoy conmigo, se fue, voló. Surcó los aires con los millones de pájaros que yo le había regalado y mi miedo desapareció. Porque no lo he olvidado, porque viene conmigo siempre y se sube a los árboles igual que yo. Juego con su rubio cabello y a mil contiendas a punta de fecha y espada roma...sus rodillas están más magulladas que nunca. Sus ojos verdes vuelven a brillar, porque los hice míos y míos son.
Mi principito es hoy el rey de todas las colinas que conozco y se pasea conmigo en los ratos de nubes y sol de los días de primavera.

Te quiero principito, por siempre.

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