sábado, 11 de febrero de 2012

21 gramos.


Dicen que el alma en sí existe como un compendio de fuerzas, pasiones y miedos que nos arrastran alguna vez en cualquier momento de la vida. Entonces aparece un "algo" intangible inherente al cuerpo, que ni se ve ni se toca, pero que intuímos cercano a nosotros. Dicen que ese cosquilleo arrebatador dentro del pecho nos conduce a los actos más bondadosos y altruistas, mezcla de consciencias y buena fé. Lo contrario se refleja en los llamados desalmados, productos de la baja sociedad y los suburbios, y que otras veces proceden de sitios de altos vuelos, pero que incontroladamente se mueven con descaro ante gentes de buen hacer, dañando al mundo, promoviendo la desconfianza entre nosotros mismos e impidiendo un progreso armonioso.

Pero todos, buenos y malos, tenemos algo que perdemos al morir. El cuerpo se queda aquí, en el mundo terrenal, ya sea embalsamado, incinerado o enterrado...y eso que llaman alma, escapa de nosotros como el último hálito de vida, como la expiración de la muerte. Pesamos 21 gramos menos al fallecer. Éste es el peso de nuestra chispa, de esa antimateria que guardamos suspendida en alguna parte, que nos hace ser distintos y únicos y que salvaguardamos como valioso tesoro.

21 gramos de libertad, de paz interior o batallas luchadas, de sustento primordial...que se desvanece irremediablemente al cerrar los ojos ante a La Parca pero que no estoy segura de que exista; a veces no creo en lo que no veo. Y si está ahí guiando mis voluntades, bienvenida sea. Me hará mover montañas, conquistar sueños y cumplir deseos.
Aprovecha el tiempo antes de que los 21 gramos de alma se te escapen.

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