sábado, 28 de enero de 2012

Un nudo de seguridad.


Qué cierto es que en la vida, lo que se va sin ser echado, vuelve sin ser llamado. No creo en el destino...o sí. No sé.
Que te conocí es seguro, que llegaste a mí de rebote, quizás. Tu empeño hizo el resto y yo me dejé arrastar por la fuerza de tus mareas. Tus impulsos eran tan grandes que ni yo los podía controlar. Y pasó.
Nos fundimos en un primer beso. De píe, yo hundida en tu pecho, tú acomodado en mi cintura.
Dudosos días después, largas tardes pendientes de un mensaje o una llamada. Dudas otra vez, etiquetas para un sentimiento, incertidumbre: "¿qué somos?", "¿qué quieres?"...argumentos válidos para una historia de amor sin fecha de caducidad.

Tantas cosas han pasado desde entonces, cuántos recuerdos compartidos, qué de días juntos siempre, siempre juntos.

Y entre tú y yo, una cuerda, un grigri, cintas exprés, un arnés, pies de gato y 20 metros al vacío. La prueba de no caer la guardas en tu ocho doble, ese nudo de seguridad que hiciste con tus brazos sobre mis hombros sabiendo que yo jamás me escaparía por mi propia voluntad. Y ahí sigue, que cuánto más se tira, más se aprieta. Y la reunión tan cerca como quieras poner la meta, alcanzable...realizable. No es un quinto, es la roca más complicada, la vía más dura y tú abriéndola primero. (¿Cómo la llamamos? Vía libre). Ni poema de roca en Desplomilandia.

Pinky promise?

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